sábado, 3 de marzo de 2012

Un Estigma



Me es complicado concertar la edad que poseía cuando ocurrió. Tal vez la sombra del recuerdo se desvanece con cada intento de esclarecerla, pero da igual el tiempo específico en el cual sucedió el hecho, lo único que permanece es el sello inalienable de la conmoción generada.

Un sol cegador impregnó mi faz anímica. Corría a desazón por regresar en el momento adecuado. Lo muros correspondíanse con pesaroso abrigo.

Evoco pues una época en donde un pequeño, extrañamente atiborrado de pensamientos irregulares, suponía disfrutar del espacio sagrado, para muchos, nombrado “descanso”.
Una institución, un poco confusa en cuanto a la destinación de sus áreas  era la cárcel de todo joven que ansía abandonar su jornada y concentrarse en sus diversiones. Para mí era un caudal de personas extrañas… En esa hora de libertad para jugar y desasosegarse, para mí  sólo significaba un período más.

De  la mano al desconcierto fui adentrándome en un lugar apartado de mi salón de clase. Caminaba a la intemperie. De pronto, aquella alarma que aqueja cualquier sentimiento de los que me rodeaban vibró con imponente sonido… Era el timbre de regreso a clases.
Lamentablemente, siendo el niño juicio que siempre llega temprano me vi obligado a correr como alma que lleva el diablo. Antes de esto los pasillos ya habían sido evacuados, pues me entretuve ayudando a una docente.

El viento golpeaba mi rostro con un augurio inquietante. Recuerdo subir por unos salientes del desagüe en una parte silvestre de la institución. Aquí, con improvisado esfuerzo intenté dar un salto para continuar por la acera, pero fallé.
Apunto en la velocidad a la que corría. Simplemente, el impulso con el que caí —mi rostro contra una esquina del desagüe— fue suficiente para romper mi nariz.
Recuerdo ver un intenso color rojo rodeado de un haz negro como la noche. Aturdido, me levanté… En cuestión de segundos volví a caer fulminado.  

La marca de mis emociones rondaba en la oscuridad. Al abrir mis ojos, mis pies parecían flotar. Al caer en cuenta varias personas me llevaban en brazos para la rectoría, creo que en un intento de encontrar un botiquín.
Después del azaroso suceso, en una semana accedí a una operación para que fuese enderezado mi tabique.  La zozobra posquirúrgica atenuó mi desempeño social, claro, el de asistir a la institución, y en los días siguientes padecí el tormento de los tratamientos y revisiones médicas. 

1 comentario:

Yasmina dijo...

¿Esto cuando sucedió?? ¿te encuentras bien?

Siempre me dejas asombrada con el vocabulario tan amplio que utilizas en tus textos y ello me origina una duda ¿qué edad tienes? jejeje.

Saludos y si es cierto lo que escribes, espero que te recuperes.

Disparidad