“¡Tan sólo uno dejadme!”, por sus hijos llorando,
así mi madre sufre y su voz sacrifica…
¡Un llanto milenario derramara enlazando
entre su piel la flecha que mi vida complica!
Gentil su compostura deja ver meditando
mientras vigila el barco de mi existencia pálida,
brindando un rayo fértil con su mirada cálida.
Su tez vale los lirios, y laurel su corona;
sus rizos poco a poco nevados, cristalinos,
su fuerza atestiguan, y su luz, querendona,
entre tinieblas crudas despliega haces divinos.
Su pecho es fortaleza que temiera burlona
la emperatriz del miedo… ¡Oh miedos diamantinos!
Así, mi madre alienta mi espíritu dolido…
¡Mi madre pacifica la angustia de mi olvido!